Por: Emilio Gutiérrez Yance
La historia de Manuel Ignacio Solana Martelo, revela la dualidad entre su servicio a Dios y a la Patria, destacando como la fe y la Institución Policial se entrelazan en su vida.
En medio de la pandemia que azotó al mundo en 2019, el subintendente Manuel Ignacio Solana Martelo, luchó contra un enemigo silencioso que lo colocó en la delgada línea de la vida y la muerte. Hoy, no solo es un valioso miembro del departamento de Policía, Bolívar, sino también el pastor principal de la Iglesia Dios de Misericordia con sede en Magangué. Su historia es la epopeya de un hombre que, al borde del abismo, encontró una redención que lo llevó a un camino inesperado.
La pandemia marcó un punto de inflexión en su vida. Contrajo el Covid-19 y enfrentó consecuencias devastadoras; “fue en horas de la madrugada cuando pensé que todo estaba perdido, parecía un zombi, ya no podía respirar, sentía que la vida se me escapaba y apareció Dios, me habló, me salvó y me transformó, comencé a conocer la Biblia y hoy por su gracia divina estoy en sus filas predicando su palabra”.
Manuel, ingresó a la Policía en 2003 y se formó en la Escuela Rafael Núñez de Corozal, Sucre, su trasegar como patrullero en varias zonas del país durante 18 años, su grado de subintendente y otras variables, le permiten ocupar hoy en la Institución el cargo de responsable y coordinador de la oficina local del Código y Convivencia Ciudadana desde donde también le comparte la palabra a sus compañeros.
“A muchos les cuesta creer lo que Dios ha hecho en mi vida y les cuesta porque conocieron al hombre mundano a ese que estaba entregado al alcohol, a la promiscuidad a cosas que marcan el camino negro de una persona”, expresa el subintendente Manuel con una voz evangelizadora.
La dualidad entre servir a Dios y a la Patria se volvió evidente. Manuel, imbuido por la palabra de Dios, encontró un equilibrio único. Desde el púlpito hasta la oficina policial, entrega un mensaje de verdad y hermandad.
Su niñez, marcada por la inocencia y la rectitud que le enseñó su abuela, sembró el deseo de ser Policía. En su testimonio de vida no puede faltar la palabra de Dios, sabe que la ley y la justicia son divinas y bajo esa consigna actúa. Aunque ya no patrulla las calles, su labor persiste en dos frentes: como agente de orden y pastor dedicado. La integración de ambas facetas destaca su convicción de que, “con el Dios de las alturas, somos más que vencedores”.
Su historia es un testimonio de redención, donde la fe y el compromiso con la comunidad se entrelazan. En cada palabra, en cada acción, reafirma que la justicia y el orden provienen de lo alto. En la hermandad policial y eclesiástica, encuentra la fortaleza para ser más que vencedor, guiado por la fe que lo transformó en un nuevo ser y que le permitió recuperar a su familia con la que vive feliz para honra y gloria de Dios.