Por: Emilio Gutiérrez Yance
En un rincón de Urabá, donde las montañas se mezclan con los platanales y el aire huele a tierra mojada, nació Juan Carlos Murillo Murillo, un hombre de piel oscura, 1.80 metros de estatura, corpulento, y de un corazón tan grande como su sonrisa. Desde niño, aprendió el valor del trabajo y la honestidad en el hogar de sus padres, José Clemente y Ana Aurora, una pareja de cristianos devotos que le inculcaron principios sólidos. «El trabajo es importante y me permite seguir aprendiendo», solía decir su padre, quien laboraba en las bananeras, el mismo lugar donde también trabajó antes de unirse a la Policía Nacional.
Su vida ha sido una constante batalla, no solo contra la violencia, sino contra los prejuicios. Su color de piel y su origen en una zona conflictiva como Urabá le han impuesto desafíos únicos.
Recuerda que antes de ser Policía durante una visita al Meta, fue injustamente señalado como cabecilla paramilitar. «Por ser de Urabá y de mi color, me retuvieron los soldados. En esa época, los paramilitares se estaban organizando, y por el simple hecho de ser negro, fui acusado», dice con voz serena pero firme.
La intervención de una tía fue crucial para su liberación, quien explicó la situación y aclaró los malentendidos. A pesar de los señalamientos y los apodos como «negrito», Juan Carlos nunca permitió que los comentarios negativos lo derrumbaran. «Me decían cosas negativas, pero siempre me mantenía fuerte. Sabía que no podía dejar que esas palabras me definieran».
Graduado en 2009 como policía, ha servido en diversas regiones del país, enfrentando la violencia de cerca. Una de sus experiencias más impactantes ocurrió en Antioquia, en una operación contra un cabecilla paramilitar. En la madrugada, tras varias horas de caminar bajo la lluvia, él y su equipo llegaron a un campamento donde fueron recibidos a bala. «Fueron tres horas de combate; ese día no logramos el objetivo, pero estuve en la delgada línea entre la vida y la muerte». A pesar de no haber capturado al objetivo, se encontraron armas de largo alcance, radios de comunicación y otros elementos. Esa experiencia quedó grabada en su memoria, recordándole lo frágil que puede ser la vida.
A lo largo de su carrera, ha recibido condecoraciones y reconocimientos, pero lo que más lo llena de orgullo es haber cumplido su sueño de construir la casa de sus padres, solo dos años después de graduarse como policía. «Mi mayor anhelo era darle un hogar a mis padres; lo logré con un crédito, y hoy esa casa es una realidad», dice con una sonrisa que refleja la satisfacción del deber cumplido.
Con 15 años de servicio en la institución, está a punto de ascender a subintendente. Pero no se detiene ahí; ha decidido estudiar derecho para seguir adquiriendo conocimientos y poder orientar mejor a quienes buscan su consejo. «Me piden mucha orientación y consejos; para mí, es gratificante poder ayudar», dice con humildad, mientras sus ojos brillan con determinación.
También es esposo y padre. Su esposa Karen, también oriunda de Urabá, y su pequeña hija Macarena, de apenas dos años, son su mayor motivación. Sin embargo, el servicio lo mantiene un tanto alejado de su familia, una realidad que enfrenta con fortaleza. En su pueblo, es conocido como «Carlitos», y aunque muchos de sus amigos de infancia tomaron caminos oscuros, él se ha mantenido firme en su propósito de servir a su comunidad y ser un ejemplo a seguir.
Durante sus años de servicio, ha enfrentado innumerables desafíos, incluso la pandemia en 2020, cuando estaba en la Dijin de Bogotá, combatiendo delitos sexuales.
La historia del patrullero es la de un hombre que, a pesar de las adversidades, ha logrado superarse y servir con honor a su país. En el Día Internacional de los Afrodescendientes, su vida es un testimonio del valor, la resistencia y la dedicación de quienes, como él, han hecho del servicio a la comunidad su misión, enfrentando cada desafío con la fuerza de sus convicciones y el amor por su tierra.