Jenny Zambrano, la subintendente de Bolívar que entiende a los perros

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Por: Emilio Gutiérrez Yance

Es común que los recuerdos de la infancia se llenen de juguetes, amigos y cicatrices de accidentes caseros. Pero en la memoria de la subintendente Jenny Zambrano Muñoz, lo que permanece es la imagen de Gaviota, una perrita que, a sus cuatro años, llegó a su vida como un rayo de luz en un día nublado. Gaviota no solo conquistó su corazón, sino que trajo consigo una alegría tan grande que envolvió a toda su familia. Los perros le expresan su amor con la chispa de la pasión en sus ojos, con su colita agitada y su inconfundible sonrisa perruna.

El día que Gaviota se fue, Jenny sintió que una parte de ella se desprendía y se quedaba con esa pequeña criatura. Esa pérdida, lejos de borrar el amor que sentía, lo fortaleció. Ya como madre de dos hijos, Jenny aún recuerda con cariño a su primer amor de cuatro patas. Un amor que revivió con Lobo Aurelio Severoni, un perro criollo que llegó a su hogar y que, al igual que Gaviota, se ganó un lugar especial en su vida. Lobo luchó contra el cáncer con la valentía de un guerrero, y Jenny, como una fiel compañera, estuvo a su lado, brindándole los cuidados y el amor que necesitaba hasta su último suspiro. En sus últimos días, no le faltó nada, ni en cuerpo ni en alma.

Jenny es una mujer policía que ama lo que hace, pero tiene un corazón tan grande que le permite sentir lo mismo que sus amigos peludos; entender su idioma; predecir sus necesidades; nutrirlos con el alimento de la ternura. Con quince años de servicio en la Policía Nacional, ha llevado su energía y amor por los animales a cada rincón donde ha prestado servicios. Cuando llegó al departamento de Bolívar en 2021, no pasó mucho tiempo antes de que los perros del comando sintieran esa energía y la eligieran como su protectora.

Hoy, en el comando de Policía Bolívar, cuatro caninos —Mono, Abuela, Manchas y Lobita— se han convertido en parte del equipo, no solo como mascotas, sino como guardianes de la moral y la compañía. Jenny, con esa mirada que todo lo capta, les puso esos nombres que ahora llevan con orgullo. Lobita es la más feliz, la más alegre y se porta como un policía más, presta guardia y rompe filas como sus compañeros humanos. Es un caso sorprendente y un lindo ejemplo de lealtad.

No es raro ver a Jenny cargando sacos de concentrado, pastillas desparasitantes o jeringas. Con un cuidado casi maternal, se asegura de que sus perros estén bien atendidos. Y cuando los recursos se agotan, toca la puerta de sus compañeros, quienes, sabiendo la importancia de esos refuerzos caninos, no dudan en colaborar. Es un esfuerzo comunitario, donde cada uno entiende que esos perros son tan parte de la familia policial como cualquier otro uniformado.

El amor de Jenny por los animales no es algo nuevo. En 2018, durante un paseo familiar en las afueras de Villagarzón, Putumayo, se encontró con una perrita que parecía perdida, como si deseara tener un nuevo comienzo antes de abandonarse por completo en el pozo de la desesperación. Al verla, Jenny no pudo evitar acercarse y acariciarla. Violeta, como la bautizó, subió al vehículo como si ya hubiera encontrado su hogar. El paseo apenas comenzaba, de modo que no podía llevarla, pero encontró quien se hiciera cargo de ella hasta que regresara.

La perrita estaba embarazada y enferma de moquillo, pero Jenny no dudó en llevarla consigo. Poco después de dar a luz, Violeta enfermó gravemente. Murió en los brazos de Jenny, quien solo pudo sostenerla mientras su cuerpo convulsionaba, aceptando, en silencio, la voluntad de Dios.

A pesar del dolor, Jenny nunca ha dejado que el sufrimiento la detenga. Su amor por los animales ha sido una constante, un hilo invisible que conecta su vida profesional, su rol como madre y esposa, y su misión en la Policía. Desde pequeños, inculcó en sus hijos, Aaron y Gabriel, el mismo amor por los animales, acercándolos a sus perritos desde el vientre, creando una conexión que va más allá de las palabras.

Cada nuevo perro que encuentra, cada ser sintiente que llega a su vida, es una oportunidad para sanar, para aprender y para seguir adelante. Como Lobita, que ahora la acompaña en el comando, siguiéndola como una sombra fiel, protegiéndola con la devoción de quien ha encontrado en Jenny una amiga. Lobita, junto con los otros perros, forma parte de su vida, recordándole cada día que el amor, cuando es verdadero, se manifiesta en las pequeñas acciones, en los gestos silenciosos, en la compañía incondicional.

El amor de Jenny por los animales es un sentimiento que la define, es una forma de vida, un reflejo de su humanidad más profunda. Como los perros que la acompañan, fieles hasta el final, su amor es vida, latiendo a su lado, marcando cada paso en su camino.

Sabe además que, en el cielo de los perros, donde la paz reina, viven sus amigos peludos que ya se marcharon y cuyo recuerdo la acompañarán siempre, hasta que Dios le de fuerzas.