El futuro se meció en la hamaca del tiempo

0
149

: é

En San Jacinto, aquel pueblo donde las espigas de maíz parecían mecerse con el viento solo para recordar el paso del tiempo, la Policía Comunitaria organizó un cumpleaños que parecía más una fiesta de la vida misma. El calor del día abrazaba a los 25 niños, cuyas caras reflejaban la sorpresa y la alegría propias de quienes, por un instante, olvidaban la soledad que los rodeaba en sus barrios más marginados.

Desde el amanecer, la plaza del pueblo se había llenado de colores y olores. No faltaron las tortas, los dulces, ni los obsequios que se ofrecían con la generosidad que solo se encuentra en los pueblos pequeños. Pero más allá del bullicio de la celebración, las voces de los mayores les enseñaban algo que no olvidarán jamás: el valor de protegerse, de apreciar sus cuerpos como si fueran templos sagrados, de evitar las trampas del mal que acechaba, silencioso, en cada esquina.

Aquella tarde, entre concursos y carcajadas, los niños se lanzaban a jugar como si el tiempo no existiera, como si la vida fuera solo un soplo de aire fresco en el caluroso día de San Jacinto. La Policía y la comunidad, inseparables en ese día de fiesta, parecían dos almas hermanas que, sin darse cuenta, se apoyaban en un pacto tácito de amor por la vida y la patria. Las palabras fluyeron sin necesidad de discursos formales, pues en cada sonrisa, en cada abrazo, se tejía el verdadero mensaje: la vida, como el maíz, crece fuerte cuando se le cuida con esmero.

En el corazón de la fiesta, se produjo un particular detalle: la hamaca vieja, colgada entre dos árboles robustos, se balanceaba bajo el sol. A simple vista, era un objeto común, pero en aquel momento se convirtió en un símbolo de lo que representaba el día. La hamaca, como la vida de esos niños, se sostenía por un hilo, pero el sol de la solidaridad la mantenía firme, brindando sombra a los que más lo necesitaban.

La alcaldesa Merly Viana, junto a comerciantes y benefactores, participó con una alegría que se reflejaba en cada niño. Era un acto de compromiso con el futuro. Los regalos no eran simples objetos sino semillas que algún día florecerán en los corazones de esos pequeños, en una tierra donde la esperanza crece en medio del polvo y la sequía.

Al caer la tarde, cuando las primeras estrellas comenzaron a asomarse tímidamente en el cielo despejado, la Policía Comunitaria hizo una promesa en silencio: seguirían trayendo el fuego de la esperanza a cada rincón de San Jacinto. En cada sector vulnerable, en cada barrio olvidado, seguirían tejiendo el futuro, con la misma ternura con que aquel día se meció la hamaca bajo el sol, en la pequeña plaza del pueblo.