Con el respaldo de la Policía Nacional, El Peñoncito se une por la paz a través del fútbol

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Por: Emilio Gutiérrez Yance

El sol de la tarde bañaba con su luz dorada el corregimiento de El Peñoncito, un bello pueblo del Caribe colombiano donde, en cada rincón, las historias parecen desplazarse a través del viento. La brisa suave de febrero soplaba sobre la cancha, trayendo consigo ese calor que tanto caracteriza a los días del Caribe. El aire estaba impregnado del aroma del pasto; había una sensación de esperanza flotando en el ambiente, algo intangible, pero muy real. Era la paz que se teje en las pequeñas cosas, en los gestos cotidianos, en un encuentro amistoso de fútbol.

Los equipos del Municipio del Peñón y del corregimiento de El Peñoncito se alistaban para un partido que no definía la Copa del Mundo pero tenía un significado muy importante. La cancha era el escenario, pero la verdadera victoria se jugaría en los corazones de todos los presentes. Los entrenadores, Téo Ruiz y Bladimir García, se movían con una tranquilidad firme, como si supieran que cada pase, cada regate, cada acción, era deporte y fe en la vida. Había algo profundo en sus palabras, algo que calaba hondo: el respeto, la colaboración y la convivencia. Recordaban, con un tono amable pero riguroso, que el fútbol no es un juego más, sino una herramienta poderosa para construir comunidad, para hacer que el respeto se convierta en la base de cualquier interacción.

A su alrededor, los jugadores se corrían como una sinfonía en movimiento. No había solo fútbol en la cancha; había sonrisas, bromas y el tipo de camaradería esa que se encuentra cuando las personas conviven en igualdad de condiciones, luchando por un mismo propósito. Las risas que flotaban en el aire se entrelazaban con la energía del momento, y todo parecía marchar al mismo ritmo: el ritmo de la esperanza, de la paz.

Desde la orilla del campo, la Policía Nacional a través de la Unidad Policial para la Edificación de la Paz, brindaba su apoyo constante, no solo para ofrecer buena compañía, sino para reforzar el mensaje de unidad. Su presencia, tranquila pero firme, servía como recordatorio de que la seguridad y la paz no son un bien aislado, sino un proceso colectivo.

En la comunidad de El Peñoncito, saben que el respaldo de la policía es tan valioso como cualquier jugada perfecta. La paz no es solo un ideal; es una realidad que se construye paso a paso, con cada gesto de confianza y colaboración.

A medida que el partido avanzaba, parecía como si la tierra misma respirara con los jugadores, como si el campo estuviera impregnado de la energía colectiva de la comunidad. Cada pase era un movimiento físico y también una metáfora de lo que se estaba tejiendo entre todos: un lazo invisible pero fuerte, un vínculo que cruzaba las fronteras del deporte. Los verdaderos goles no se medían en el marcador, sino en esos momentos compartidos, en la comprensión tácita de que lo más importante no era el resultado final, sino lo que se había logrado en el camino: una conexión genuina entre todos.

Cuando el silbato del árbitro dio por terminado el partido, no hubo festejos ruidosos ni celebraciones desbordadas. Los goles eran solo símbolos de algo mucho más grande: la construcción de una comunidad unida por la paz. No había ganadores ni perdedores, solo una victoria colectiva en la que la solidaridad había sido el verdadero protagonista.

La brisa seguía acariciando las caras de los jugadores y espectadores, mientras el sol descansaba ya detrás de las montañas, como si también él se sintiera parte de ese momento. En ese rincón del Caribe, El Peñoncito se mantenía como una fuente de esperanza, donde el fútbol y la paz caminaban juntos, paso a paso, haciendo realidad el sueño de un futuro mejor para todos.

Este tipo de actividades, organizadas con el respaldo de la Policía Nacional, tienen un propósito mucho más grande que el simple deporte. Buscan generar lazos de afecto y protección para los niños, niñas y adolescentes y evitar que caigan en las garras de los desalmados reclutadores de grupos al margen de la ley, y ofrecerles la oportunidad de disfrutar plenamente de sus mejores días, mientras construyen una comunidad fuerte y solidaria. En El Peñoncito, esa tarde, el fútbol dejó de ser solo un juego para convertirse en un mensaje de unidad, de paz y de esperanza para el futuro.