El coraje de una mujer que nunca se rinde

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Por: Emilio Gutiérrez Yance

Es la historia de Lisneida Núñez Zambrano, una mujer indígena Wayú que ha transformado las tragedias de su vida en una fuerza indomable. Una madre valiente que nunca se rinde y que, con esperanza y coraje, sigue adelante por un mañana mejor.

Lisneida ha forjado su vida entre adversidades tan duras que muchos considerarían insuperables. Sin embargo, su resiliencia, fortaleza y determinación la han convertido en un ejemplo de valentía. Nacida en la árida y desolada tierra de La Guajira, un lugar donde la pobreza y el desarraigo son la norma, vivió su niñez marcada por dificultades junto a sus 13 hermanos. Aunque hoy en día muchos de ellos son profesionales, nunca le han brindado ayuda alguna. Todos viven sus vidas, alejados de la lucha constante que ella ha librado sola.

Fue precisamente en esos momentos de sufrimiento y soledad donde comenzó a forjar el carácter de guerrera incansable que la define hoy.

A los 20 años, enfrentó la primera gran traición de su vida: su propio padre, siguiendo una tradición ancestral de algunas comunidades indígenas, la vendió. La noticia fue devastadora, desmoronando por completo el mundo que conocía. Lo que parecía un futuro incierto se tornó oscuro y desolador. Sin embargo, lejos de rendirse, decidió huir, dejando atrás su tierra natal, el corazón roto y un futuro incierto. No sabía que esa huida sería solo el comienzo de nuevas pruebas.

Su refugio fue un amor que parecía ofrecer consuelo, pero pronto la abandonó en El Carmen de Bolívar, con un hijo de apenas tres meses en brazos. La tristeza fue profunda, pero no la derrumbó. Por el contrario, esa pena la impulsó a despertar una fuerza interior que nunca imaginó poseer. La traición y el abandono fueron los motores que la empujaron a encontrar, en su alma, una fortaleza de la que nunca había sido consciente.

Con su pequeño hijo y sola, decidió que no habría obstáculo, ni hombre, ni destino, que pudiera arrebatarle la oportunidad de salir adelante. El Carmen de Bolívar, enclavado en los Montes de María, le ofreció una nueva oportunidad, pero también un reto: enfrentarse a la vida con manos cansadas pero decididas. Fue ahí donde comenzó una lucha por la supervivencia, pero también por un futuro mejor.

En las calles de esta población, se convirtió en un símbolo de esfuerzo y trabajo constante. Cada mañana, bajo el sol abrasante o la lluvia torrencial, en una carreta vendía tintos (café), bolis y frutas. No solo era una necesidad económica, sino también el reflejo de un amor profundo por su hijo y el deseo de ofrecerle un futuro mejor, lejos de las tragedias que ella misma vivió. Su lema resonaba con fuerza: “Trabajo con mis manos, no con mi cuerpo”. Una frase cargada de valor y determinación, que resuena como el eco de una mujer que decidió que nada, ni siquiera la tentación de un camino más fácil, podría arrebatarle su dignidad.

A pesar de las adversidades, nunca permitió que la pobreza opacara su amor por su hijo. Con el tiempo, en medio de su lucha diaria, conoció a otro hombre que le ofreció la oportunidad de construir un hogar. De esa unión nacieron otros dos hijos. Sin embargo, una nueva separación la obligó a sacar fuerzas de su interior y seguir adelante, como la guerrera que siempre fue.

Ya con tres hijos y viviendo en condiciones precarias, sintió la solidaridad de sus vecinos. En un esfuerzo colectivo, le regalaron un lote de terreno y le construyeron una pequeña casa de material, un hogar donde vive junto a sus tres amores. Aunque duermen todos en la misma cama, la calidez del hogar se mantiene, porque el amor y la unidad nunca faltan.

Lisneida recuerda su niñez en La Guajira, donde su madre, a pesar de las penurias, siempre apoyó su sueño de estudiar. Aquella niña que jugaba entre la tierra polvorienta y los animales, soñaba con un futuro mejor. A lo largo de su vida, luchó por la educación, y con mucho sacrificio logró completar su bachillerato. Luego, cursó cuatro semestres de pedagogía infantil, pero la necesidad de huir de su tierra natal la obligó a abandonar esa carrera. Sin embargo, la vida no le arrebató sus sueños. En el Carmen de Bolívar, con mucho esfuerzo comenzó de nuevo. Con las ventas callejeras como único recurso, logró pagar su carrera técnica en psicología y primera infancia, demostrando que incluso lo más lejano puede hacerse realidad con esfuerzo.
A pesar de los sacrificios y la pobreza, mantuvo viva la esperanza. Recurría a préstamos de gota a gota para sostener a su familia, pero siempre con la firme convicción de que su esfuerzo no sería en vano. “Quiero que mis hijos sean personas de bien, que no sufran como yo”, se repetía cada mañana mientras vendía su café y luchaba por un futuro mejor.

La vida en las calles no es fácil, enfrentó juicios, indiferencia e incluso propuestas indignas, pero nunca ha cedido. Su fortaleza interior y determinación fueron siempre más grandes que las dificultades que encontró en su camino.

Este último diciembre, en medio de su angustia por no poder darles un regalo de Navidad a sus hijos, recibió un gesto de solidaridad que nuevamente renovó su fe. Un grupo de agentes de la Policía de Bolívar, al conocer su situación, se unió para recolectar fondos entre ellos y darle una ayuda. Con alimentos, regalos y palabras de aliento, los policías mostraron un lado humano que Lisneida nunca imaginó. “Nunca pensé que la policía pudiera ser tan cercana, tan humana”, expresó emocionada. Este acto de bondad no solo le dio fuerzas, sino que renovó su esperanza en que, incluso en medio del sufrimiento, siempre existe un resplandor de humanidad.

Hoy, no es solo una madre luchadora, sino una mujer transformada, con una nueva visión de la vida gracias a su carrera en psicología. Con esfuerzo y sacrificio ha aprendido a comprender mejor el mundo y sus propios sentimientos. Su sueño es dejar atrás las calles y dedicarse por completo a su verdadera vocación. Sabe que para lograrlo necesita encontrar una mano amiga que la ayude a dar ese paso y salir de la lucha diaria por la supervivencia.

La mujer guerrera sigue vendiendo su café, pero con la mirada fija en el futuro. Sueña con un mañana donde sus hijos no tengan que enfrentar las mismas dificultades que ella. Sueña con un futuro donde pueda dejar de luchar en las calles y convertirse en la profesional que siempre supo que podía ser. Aunque sabe que la lucha nunca terminará, también tiene certeza que, mientras haya vida, siempre existirá la oportunidad de seguir adelante.

Con cada oración, Lisneida a sus 29 años pide fuerzas al todopoderoso para continuar luchando y encontrar esa mano amiga que la ayude a cristalizar sus sueños. La vida la ha puesto a prueba una y otra vez, pero su espíritu sigue invencible. En su corazón arde la esperanza, esa que nunca se apaga y que la impulsa a seguir luchando por un futuro mejor para ella y sus hijos.

Su lucha incansable por su familia y por su futuro inspira a quienes la conocen, convirtiéndola en un ejemplo de resistencia, valentía y amor incondicional. Su historia es un llamado de atención sobre las realidades difíciles que enfrentan muchas mujeres y nos recuerda que nunca es tarde para cambiar el rumbo de la vida.