Por: Emilio Gutiérrez Yance
Cuando el semáforo se pone en verde, Alonso Rincón López se apresura a cruzar a la izquierda, buscando un atajo a una calle menos congestionada. Arrastra su pierna izquierda, marcada por años de una úlcera cruel. A pesar de su corpulencia de 160 kilos y el dolor constante, su espíritu nunca flaquea.
Se detiene bajo la sombra generosa de un frondoso árbol en la acera. Se toma un breve respiro, dejando que la brisa suave alivie su pesadumbre. El sol brilla intensamente a pocos metros, pero Alonso siente un peso que va más allá de lo físico. Con una mirada melancólica, me habla de su añoranza por su finca en Venezuela, el campo que dejó atrás, y el aroma del café que su esposa preparaba en un fogón de leña. “Cómo extraño mi mundo”, susurra con una tristeza palpable.
Recuerda los amaneceres en Apure, rodeado de los sonidos del campo: el mugido del ganado, el canto de los gallos, y el trinar de los pájaros en los frutales de su patio. Todo cambió cuando los grupos al margen de la ley llegaron prometiendo libertad y prosperidad, pero solo llevaron extorsión y violencia. Los lujosos vehículos llegaban a negociar precios de extorsiones, y con un trago de whisky, cerraban los tratos con abrazos y palmadas.
Sin más alternativas, Alonso huyó hace siete años. Cruzó la frontera hacia Colombia y se asentó en Villanueva, Bolívar, solo para ser abandonado por su esposa. Desde entonces, ha estado vendiendo frutas, enfrentando cada día con dinero prestado y una rutina agotadora: se levanta a las dos de la mañana, toma un bus a las tres y llega al mercado de Bazurto en Cartagena a las cuatro. Su tenacidad es tan robusta como su físico.
Al llegar a Bazurto, su vida se complicó aún más cuando le robaron todo, incluso su cédula. Sin embargo, logró establecerse legalmente, y aunque ha encontrado cariño en Colombia, las dificultades persisten. Lleva cuatro años luchando contra una úlcera en su pierna, y los médicos recomiendan un bypass, pero el dinero es insuficiente.
En su ruta diaria, Alonso ha encontrado una mano amiga en los policías del Comando de Blas de Lezo. Ellos se han convertido en sus ángeles guardianes, ayudándolo a manejar su pesada carreta con cada paso. Su solidaridad trasciende el deber, y cada gesto de ayuda ilumina su día.
Un momento destacado en su jornada ocurrió cuando un hombre en un carro se le acercó y le entregó 100 mil pesos con la simple frase: «Tenga, de parte de Dios». Ese gesto de generosidad fue un faro de esperanza en medio de sus desafíos diarios.
El sol atraviesa la sombra bajo la que Alonso descansa; con determinación renovada, retoma su tarea. Empuja su carreta, cantando con voz ronca: «Patilla, papayas, bananos, manzana, pera y piña». Los policías de turno continúan allí para brindarle apoyo, demostrando que su vocación de servicio va más allá de la protección pública, tocando vidas como la de Alonso. En sus actos de bondad, encontramos un recordatorio de que, incluso en la adversidad, siempre hay lugar para la esperanza y la solidaridad.
El «gordito Rincón», como lo llaman con cariño en el barrio, sigue su camino con una mezcla de dolor y esperanza. Desde la puerta del Comando, lo veo empujando su carreta llena de frutas y sueños, con la certeza de que en esta tierra de oportunidades siempre habrá alguien dispuesto a extender una mano amiga.