Por: Emilio Gutiérrez Yance
El 6 de julio de 2005, es un día que Tomás Napoleón Escudero Sanes, entonces patrullero de la Policía Nacional, jamás olvidará. La atmósfera en el sector Delirio, entre las poblaciones de Carreto y Zambrano, Bolívar, estaba cargada de una tensión palpable. El aire mismo parecía presagiar el peligro que se avecinaba.
Durante un desplazamiento rutinario, la guerrilla de las FARC emboscó su convoy con una devastadora lluvia de diez cilindros bomba, cuya explosión resonó como un estruendo ensordecedor.
Aquel día antes de que la tragedia los golpeara, habían hecho una breve parada antes de llegar al municipio de El Carmen de Bolívar. Tomás y sus compañeros compraron un pan con una gaseosa, un pequeño momento de normalidad en medio de la tensión constante de sus misiones. Formaban parte del grupo UNIR, una especie de contraguerrilla vial cuya tarea era garantizar la seguridad en toda la zona, una responsabilidad que nunca tomaban a la ligera.
Desde el inicio del día, todo parecía indicar que no debían ir a ese sitio. La falta de combustible y una serie de pequeños contratiempos les daban señales de advertencia. Sin embargo, continuaron con su misión, conscientes de los riesgos pero comprometidos con su deber. Ese mismo día, miembros de las AUC se entregaron en Marialabaja, un hecho que añadía más tensión al ambiente ya cargado de peligros.
En medio del caos, Tomás vivió uno de los momentos más críticos de su vida. Vio caer a dos de sus compañeros: un compañero de curso y un agente con 20 años de servicio. La tragedia golpeó duramente, y el dolor y la impotencia se mezclaron con el instinto de supervivencia. «La emboscada fue un infierno en la tierra», recuerda Tomás con la voz quebrada, evocando el horror de ese día.
Durante los momentos más intensos del ataque, sintió una fuerza superior que lo acompañaba. En medio del ruido de las explosiones y los disparos, comenzó a recitar el Salmo 91. «Sentí la presencia de Dios», relata. «A medida que lo recitaba, los disparos cesaban y nosotros recuperábamos la esperanza».
Protegiéndose la cabeza contra el ring de una llanta, Tomás se aferraba a su fe, sintiendo que solo esta lo mantenía con vida. «Dios me ha salvado de tantas cosas. Sin Dios, no soy nadie. Diariamente le doy gracias a Dios por la vida, la salud y por mantenerme firme bajo su voluntad», reflexiona.
Había cierre de vías por aquello de las llamadas pescas milagrosas, quema de vehículos, “nos tocaba custodiar las carreteras junto con la Infantería de Marina”, explica.
Pero la emboscada no fue el único momento de temor en su carrera. El «Plan Pistola», una estrategia mortal utilizada por los grupos criminales para asesinar a miembros de la fuerza pública, también lo atemorizaba profundamente. A pesar del miedo, siempre se mantuvo firme, aferrado a su fe en Dios.
La pandemia de COVID-19 representó otro desafío significativo. El temor de contagiar a su familia mientras cumplía con su deber en las calles era constante. Sin embargo, su compromiso con la Institución y su vocación de servicio nunca flaquearon. Enfrentó cada día con valentía, confiando en que su fe y su dedicación lo protegerían a él y a sus seres queridos.
La vida de Tomás, quien nació hace 43 años en una familia humilde y trabajadora del barrio Florida Dos de Magangué, Bolívar, es un testimonio de resiliencia y fe en medio de la adversidad. A pesar de los peligros y las tragedias que ha enfrentado, su espíritu indomable y su profunda conexión espiritual lo han mantenido fuerte y dedicado a su misión.
Hoy, es subintendente en la Policía Nacional. Su vida ha sido una montaña rusa de altos y bajos, pero siempre ha agradecido a la Institución por lo que es. Su trabajo, dedicación y fe en Dios lo han llevado a donde está. A pesar de los desafíos y las dificultades, nunca ha perdido la voluntad de seguir adelante. Es padre de cuatro hijos, uno de ellos es suboficial naval y otro que lleva el mismo camino.
Actualmente, Tomás tiene la oportunidad de estar al mando de la ruta de la variante Mamonal-Cartagena y Mamonal-Gambote, una responsabilidad que asumió hace cinco meses con dedicación y gratitud. A pesar de haber sufrido estrés postraumático debido al atentado de 2005, su resiliencia lo ha llevado a seguir adelante y a continuar sirviendo con firmeza.
Quiere llegar a ser intendente, seguir trabajando y darle más a la Institución. Es consciente de que su trabajo es riesgoso por eso día a día se encomienda a Dios que es su guía. Dice que si tuviera la oportunidad de vivir su vida nuevamente, no dudaría en volver a ser Policía. Su historia no solo es una crónica, sino también un homenaje a todos aquellos que, como él, encuentran en la fe la fuerza para seguir adelante en los momentos más oscuros.